Club de Verano: Introducción.

Me lavé la cara, me preparé un café batido, me senté frente a la computadora a revisar mi facebook y después de dar muchas vueltas durante todo el día, me decidí a escribir al menos parte de la historia de mi infancia que prometí que iba a contar en esta página. Y como dicen que lo prometido es deuda, aquí vamos entonces…

Tenía 5 o 6 años la primera vez que lo conocí. Me acuerdo que estaba junto con su mejor amigo, y ambos se empezaron a mofar de mi, porque era muy cachetona. Me compararon con Quico, el personaje de la famosa serie “El chavo del ocho”, y a partir de ese día juré odiarlo por el resto de mi vida.

Pero por alguna razón el destino quiso que fuéramos amigos inseparables. Nuestras madres eran muy amigas, y también así nos convertimos nosotros en mejores amigos. Las tardes con él eran inolvidablemente divertidas. Él fue quien me enseñó a ser tan valiente como los varones, a jugar a los carros de juguete y a los muñecos de acción.
Pero lo que más adoraba era pasar las tardes de verano en la colonia de vacaciones que teníamos. Como pertenecíamos al mismo grupo de amigos nos veíamos todos los días sin falta. Nuestra colonia de vacaciones eran dos chacras inmensas que habían sido abandonadas y que el padre de Eliquel (el nombre de mi mejor amigo) había adquirido para nuestra comunidad. El club tenía ya contaba con una enorme pileta y un campo para hacer asados, con sus mesas y bancos de cemento. Era un lugar hermoso, rodeado de árboles de todo tipo, en especial álamos (mi árbol favorito), y risas por todos lados. Era una niña muy feliz y los idílicos veranos parecían no tener fin.
Un chico de entre todos nuestros amigos comenzó a llamar mi atención. Se llamaba Mateo, y era el chico más hermoso que había visto en mis cortos 9 años de vida. Era el mejor amigo de Eliquel .Tenía el pelo castaño y los ojos color miel. Él era un año más chico que yo, pero eso nunca nos impidió jugar juntos, gastarnos bromas, entendernos. Así entonces, nosotros tres nos convertimos en “Los tres Mosqueteros” y junto con el resto de los chicos, salíamos en grupo a explorar las inescudriñadas tierras de nuestro club de verano.

Era un patio de juegos gigante. Habían unas maquinarias de campo abandonadas, que nosotros usábamos como nuestras casas “futuristas”; eran deformes algunas como huevos, amarillas y otras rojas, y allí, lejos de los adultos aguafiestas y de los niños pequeños delatores, generábamos nuestras épicas batallas de ciencia ficción.
Una época hermosa y muy buena.
Pero como todo lo bueno, un día esa época se terminó.

Deja un comentario